Todos los días realizamos actividades que ocasionan impactos positivos o negativos en el medio ambiente y en los otros con los que cohabitamos este planeta.
Estamos interrelacionados. Nuestras acciones y decisiones, invariablemente afectarán a los otros.
Cuando nos trasladamos a nuestro trabajo, a menos que lo hagamos caminando o en bicicleta, generamos una huella de carbono, que será mayor o menor, dependiendo de si decidimos hacerlo en nuestro automóvil o en el metro, en virtud del tipo y la cantidad de contaminantes que un sólo viaje en cada uno de estos medios de transporte significan. Cuando ocupamos un asiento reservado para una persona con discapacidad acrecentando sus dificultades en la movilidad, y cuando reprochamos a una colega por ejercer sus derechos laborales relativos a la maternidad, estamos agrandando la brecha de desigualdad social.
Así también las empresas, en las decisiones de operación que toman cotidianamente, pueden generar impactos negativos, como cuando realizan un inadecuado manejo y disposición de sus residuos; cuando sus instalaciones en una comunidad, modifican negativamente la dinámica social; cuando tienen políticas de contratación y asenso discriminatorias; cuando obtienen permisos de operación con prácticas de corrupción, por poner algunos ejemplos.
Ser responsables con nuestro entorno, implica que todos los que cohabitamos un espacio, tanto personas como empresas, pensemos nuestro proceder y elijamos realizar acciones, tomando en consideración los impactos sociales, ambientales y de derechos humanos, que éstas generarán en los otros, eligiendo las de menor afectación y en todo caso, buscando mitigar o compensar aquéllos impactos que no pudieron evitarse.
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